Las Ordalías, los juicios de la Edad Media donde el juez era Dios.
En su momento hablé aquí de una figura del derecho romano, el Homo Sacer. Te recomiendo que leas esa entrada para que seas consciente de cómo ha evolucionado la justicia hasta el día de hoy. Es innegable que los romanos crearon un sistema jurídico impresionante, cuyo estudio te hace ver que tampoco hay tantos cambios con respecto al sistema actual.
Pero hoy vengo a hacer referencia a un brutal fleco del derecho germánico, aplicado antes que el romano. Me refiero a las ordalías, o juicios de Dios.
Nadie duda que la justicia es algo subjetivo en ciertos aspectos, y menos cuando nos referimos a ese concepto en Plena Edad Media.
Hay que entender también la importancia que tenía la religión en esos momentos, pues se mezclaba en la vida diaria, siendo utilizada como excusa para atrocidades y torturas inimaginables. En este contexto cuadran perfectamente las ordalías, también denominadas Juicios de Dios.
La palabra ordalía significa juicio, y tiene un curioso (aunque lógico para esa época), tinte religioso. Convencidos de que lo divino estaba continuamente interviniendo en la vida terrenal, pensaban que Dios no permitiría que el autor de una injusticia quedase indemne, así que se les llevaba a este tipo de juicios.
Los diferentes tipos de ordalías se solían llevar a cabo en las iglesias.
Por un lado, en las pruebas de fuego el presunto culpable tenía que caminar descalzo sobre brasas, agarrar hierros candentes, y barbaridades por el estilo. El sacerdote les ponía un sello, y tres días después se revisaban las secuelas: si existían quemaduras, el acusado era culpable, y si no, inocente. Podéis imaginaros cómo acabarían la mayoría de los sometidos a una ordalía con fuego.
También estaban las pruebas caldarias, en las que había que meter la mano o el brazo (según el tipo de acusación) en un caldero con agua hirviendo. El resultado del fallo era igual al de las pruebas de fuego; si te quemas, pierdes.
Se admitían incluso los juicios por combate (no, el escritor de Juego de Tronos no los inventó), en los que los litigantes, o personas designadas por ellos, luchaban hasta la muerte, siendo el vencedor quien llevaba la razón.
Existían ordalías de todo tipo, casi cualquier tortura podía ponerse a expensas de lo que Dios determinase. Si nos ponemos en la mente de una persona de esta época, las ordalías eran el máximo exponente de justicia, porque ¿qué mejor juez que el propio Dios?
Lo que no tenían en cuenta era que las propias leyes de la naturaleza se imponían en la mayoría de los casos.
Estas prácticas se abolieron poco a poco con la recepción del Derecho Romano sobre el siglo XII, aunque teniendo en cuenta las figuras como el Homo Sacer, no sé si es peor el remedio o la enfermedad.
Un saludo, EduPE.
Pero hoy vengo a hacer referencia a un brutal fleco del derecho germánico, aplicado antes que el romano. Me refiero a las ordalías, o juicios de Dios.
Nadie duda que la justicia es algo subjetivo en ciertos aspectos, y menos cuando nos referimos a ese concepto en Plena Edad Media.
Hay que entender también la importancia que tenía la religión en esos momentos, pues se mezclaba en la vida diaria, siendo utilizada como excusa para atrocidades y torturas inimaginables. En este contexto cuadran perfectamente las ordalías, también denominadas Juicios de Dios.
La palabra ordalía significa juicio, y tiene un curioso (aunque lógico para esa época), tinte religioso. Convencidos de que lo divino estaba continuamente interviniendo en la vida terrenal, pensaban que Dios no permitiría que el autor de una injusticia quedase indemne, así que se les llevaba a este tipo de juicios.
Hierros candentes |
Los diferentes tipos de ordalías se solían llevar a cabo en las iglesias.
Por un lado, en las pruebas de fuego el presunto culpable tenía que caminar descalzo sobre brasas, agarrar hierros candentes, y barbaridades por el estilo. El sacerdote les ponía un sello, y tres días después se revisaban las secuelas: si existían quemaduras, el acusado era culpable, y si no, inocente. Podéis imaginaros cómo acabarían la mayoría de los sometidos a una ordalía con fuego.
Pruebas caldarias |
También estaban las pruebas caldarias, en las que había que meter la mano o el brazo (según el tipo de acusación) en un caldero con agua hirviendo. El resultado del fallo era igual al de las pruebas de fuego; si te quemas, pierdes.
Se admitían incluso los juicios por combate (no, el escritor de Juego de Tronos no los inventó), en los que los litigantes, o personas designadas por ellos, luchaban hasta la muerte, siendo el vencedor quien llevaba la razón.
Existían ordalías de todo tipo, casi cualquier tortura podía ponerse a expensas de lo que Dios determinase. Si nos ponemos en la mente de una persona de esta época, las ordalías eran el máximo exponente de justicia, porque ¿qué mejor juez que el propio Dios?
Lo que no tenían en cuenta era que las propias leyes de la naturaleza se imponían en la mayoría de los casos.
Estas prácticas se abolieron poco a poco con la recepción del Derecho Romano sobre el siglo XII, aunque teniendo en cuenta las figuras como el Homo Sacer, no sé si es peor el remedio o la enfermedad.
Un saludo, EduPE.
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